El auge y la caída de Britney Spears es uno de los relatos favoritos de la cultura pop, una historia llena de escándalos, imágenes impactantes y titulares rocambolescos tras los que perdió su identidad.
La cantante no tiene control de su vida desde el año 2008, pero un movimiento quiere liberar a la «princesa del pop».
La tutela por la que el padre de Spears supervisa todos los aspectos de su vida (financiero, profesional y médico) desde hace más de diez años es el objeto de estudio del documental que acaba de estrenar el prestigioso The New York Times, que aporta una visión perturbadora de su fama y del constante escrutinio público al que estuvo sometida. En un momento que recuerda la cinta y que indignará a muchos, una Spears de 17 años acude a un programa de televisión para promocionar «…Baby One More Time». El presentador llama su atención: «Hay un tema que no hemos discutido y del que todo el mundo habla». La cantante se interesa, «¿de qué se trata?». «Tus pechos», asegura el entrevistador, varias décadas mayor que ella.
Spears sonríe, gira la vista hacia el público y entrega una respuesta automatizada en la que asegura que no se ha puesto implantes pero que respeta a quien lo haga.
La grabación corresponde al año 1999. Aún no había un movimiento «#MeToo», las redes sociales no tenían capacidad para censurar el bochornoso comentario y «feminismo» era un término de significado confuso para el común de los mortales.
A través de momentos así, en los que se discute si Spears llegaría virgen al matrimonio, si sería una buena madre o si debería vestir de una manera u otra se descubre a una celebridad sujeta a un injusto examen impulsado por la hipocresía puritana y misógina.
Ninguno de sus compañeros en el mundo del espectáculo soportaba preguntas parecidas. Todo lo contrario. Cuando Justin Timberlake y Spears rompieron, a él le preguntaban en tono de admiración si se había acostado con ella. A ella si había hecho algo malo para que él la dejara.
La idea de una estrella presa de su propia fama no es nueva. Hay incontables ejemplos de lo tóxica que puede llegar a ser la popularidad, que van desde Lindsay Lohan hasta las trágicas muertes de Amy Winehouse y la Princesa Diana.
Pero la novedad de “Framing Britney Spears” es que despierta una empatía hacia la cantante de «Toxic» que muy pocos habrán sentido hasta ahora.
Las portadas y los memes de internet lapidaron a Spears bajo la idea de que era una mujer loca que tocó fondo en 2007, cuando se rapó la cabeza, atacó con un paraguas a un paparazzi y perdió la custodia de sus hijos.
Pero hay otra cara de la misma moneda: cómo unas fotos sacadas de contexto y los comentarios, a cada cual más salvaje, afectaron a la persona.
Y de Spears se ha dicho de todo. En 2003, la mujer de un político conservador aseguró que la artista era tan mala influencia para sus hijos que «si tuviera oportunidad de dispararle a Britney Spears, lo haría».
«Es triste que dijera eso», contestó la estrella días después con la mirada perpleja.
Lo que muchos desconocen de la artista es que antes de provocar al personal bailando con una serpiente en una de las actuaciones televisivas más valoradas de la historia, Spears soñaba tanto con ser cantante que sus padres se endeudaron para que pudiera salir de su pequeña ciudad de Misisipi y probar suerte en la Gran Manzana.
Según sus viejos amigos, cuando la cantante volvió a su pueblo convertida en estrella repartió 10.000 dólares en billetes de 100 a sus vecinos deseándoles «Feliz Navidad».
Ahora, ese entrañable gesto que tuvo de adolescente sería imposible de repetir. A sus 39 años, Spears vive sin poder tomar ninguna decisión que no pase por la aprobación de su padre, Jamie Spears, tras una decisión judicial de 2008.
Entonces se consideró que la cantante estaba incapacitada para llevar las riendas de su vida al ingresar en un centro psiquiátrico por su comportamiento errático y problemas con las drogas.
Lo que parecía razonable en aquel momento comienza a extrañar a muchos. Spears salió rehabilitada, publicó varios trabajos discográficos, ganó premios y fue protagonista de un espectáculo fijo en Las Vegas que se convirtió en uno de los más exitosos de la historia al recaudar medio millón de dólares cada noche durante meses.
Pero todo ese dinero está en manos de su padre y un grupo de abogados. La artista se ha opuesto a que siga controlando su tutela a ese nivel, habitualmente reservado para personas con Alzheimer o mínimas capacidades cognitivas.
¿Si Britney puede actuar y generar todo ese dinero, estará tan incapacitada? Se preguntan los defensores del movimiento «#FreeBritney» (libertad a Britney) que, sin duda, ganará más adeptos.